domingo, 23 de mayo de 2010

Ven Espiritu Santo

Los discípulos estaban encerrados, tenian miedo, Cristo les había prometido el paráclito, pero ellos tenian miedo, y si nos pasa a nosotros lo mismo que al maestro, y si nos quieren detener...

   El Espiritu bajó sobre los apostoles y salieron fuera, la predicación de Pedro ese día del anuncio del Kerigma, que Jesucristo ha muerto y ha resucitado por tí, supuso que unos tres mil se unieran a la Iglesia ese día, nos cuenta el libro de los Hechos. La ente extrañada, preguntaba, no son Galileos esos que están hablando, como es que cada uno los oimos en nuestra propia lengua..
  
   Es la lengua del corazón, la lengua del amor, la lengua de la entrega, la lengua del servicio, la lengua de la oración, la lengua de la comprensión, la lengua de la santidad.

   Estamos en el tiempo del Espiritu Santo en la Iglesia, Pedro continua su discurso de pentecostés, sigue hablando en Bendicto XVI, su sucesor, y en todos los obispos como mi pastor D. Demetrio, sigue hablando en cada sacerdote, en cada consagrado/a, y en cada laico/a que vive su fe y la anuncia al mundo, sin miedo, sin temor, hoy sin muchos discursos pero con muchas obras de gracia, fruto del Evangelio.

   A ti te lo digo, Cristo también ha muerto y ha resucitado por tí, también tiene una historia de amor para tu vida, allí donde hay oscuridad en tu corazón, Cristo viene a dar vida y a dar luz.


Ven, Espíritu divino,

manda tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre;

don, en tus dones espléndido;

luz que penetra las almas;

fuente del mayor consuelo.



Ven, dulce huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.



Entra hasta el fondo del alma,

divina luz, y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre

si tú le faltas por dentro;

mira el poder del pecado

cuando no envías tu aliento.



Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo,

lava las manchas,

infunde calor de vida en el hielo,

doma el espíritu indómito,

guía al que tuerce el sendero.



Reparte tus siete dones

según la fe de tus siervos;

por tu bondad y tu gracia

dale al esfuerzo su mérito;

salva al que busca salvarse

y danos tu gozo eterno.

Amén.

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