jueves, 5 de noviembre de 2009

Carta a la Archidiocesis de Sevilla

MENSAJE DE MONS. JUAN JOSE ASENJO A LA


ARCHIDIOCESIS DE SEVILLA

Queridos hermanos y hermanas:

1. En el día en que la Santa Sede hace pública la aceptación de

la renuncia del señor Cardenal Arzobispo, Fray Carlos Amigo Vallejo, al

gobierno pastoral de la Archidiócesis, y yo inicio mi ministerio como Arzobispo

de la Iglesia metropolitana de Sevilla, quiero compartir con vosotros mis

sentimientos de gratitud al Señor, que me llama a continuar en esta Iglesia el

ministerio de salvación al que él ha servido a lo largo de veintisiete años.

Comparto con vosotros también mi confianza en el poder de la gracia de Dios,

que suplirá mis limitaciones. Agradezco al Santo Padre Benedicto XVI la

benevolencia que me demuestra con este encargo, y a la que espero

corresponder siempre, en comunión con él y con el Colegio de los Obispos.

Cuando está a punto de cumplirse un año de mi nombramiento como Arzobispo

Coadjutor, quiero agradecer de corazón al señor Cardenal la acogida cordial y

fraterna que desde el primer día me ha dispensado, el testimonio de su entrega

incansable al servicio de la Archidiócesis, y sus consejos, que tanto me van a

servir en el ministerio que hoy inicio en el nombre del Señor, y con los que

espero seguir contando en el futuro.

2. Doy gracias a Dios por los meses en que he colaborado con

él en el trabajo pastoral y el gobierno de esta Iglesia particular, en los que, a

pesar de mi dedicación parcial a la Diócesis de Córdoba como Administrador

Apostólico, he ido conociendo gradualmente la historia venerable de la

Archidiócesis y sus instituciones más señeras, algunas de las cuales perviven

todavía. He ido conociendo también las actuales realidades diocesanas, el

Consejo Episcopal, las Delegaciones y organismos de la Curia, el Cabildo

Metropolitano, los sacerdotes y seminaristas, los diáconos permanentes, los

miembros de la Vida Consagrada, los movimientos y asociaciones apostólicas,

la Caritas Diocesana y a muchos hermanos y hermanas de la gran familia de las

Hermandades y Cofradías, tan arraigadas en nuestro pueblo. A lo largo de estos

meses he conocido a sacerdotes magníficos, y a religiosos y religiosas que están

trabajando con entrega ejemplar en muy diversos apostolados, tanto en la vida

activa como desde el silencio del claustro. He conocido además a centenares de

laicos, que aman a Jesucristo y a la Iglesia y que están sinceramente

comprometidos en el apostolado y en los distintos ministerios eclesiales en las

parroquias. He conocido, por fin, una Iglesia viva y dinámica, que a pesar de las

duras condiciones que nos impone la secularización, está empeñada con

entusiasmo en el anuncio de Jesucristo a nuestro mundo y en la revitalización de

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la parroquia, casa de la comunidad cristiana, objetivo último del Plan Diocesano

de Pastoral. Todo ello, junto con la devoción entrañable que nuestro pueblo

profesa a la Santísima Virgen, expresada en la riqueza de advocaciones que

jalonan toda la geografía diocesana en innumerables santuarios y ermitas, es

para mí motivo de fundada esperanza.

3. A todos os agradezco vuestra acogida cordial y vuestro

ofrecimiento sincero de colaborar conmigo en el servicio a esta Iglesia ya tan

querida por mí. A todos os saludo con afecto fraterno. En mi saludo quiero

incluir también a los hermanos Obispos de la Provincia Eclesiástica de Sevilla, a

las autoridades, y sobre todo a quienes la Iglesia encomienda especialmente al

ministerio del Obispo, los preferidos del Señor. Me refiero a los pobres, los

enfermos, los ancianos que viven solos, los presos, los parados, los inmigrantes,

los que han perdido toda esperanza y cuantos sufren como consecuencia de la

crisis económica. Pero permitidme que, en particular, reitere a mis hermanos

sacerdotes, a los diáconos y a los seminaristas el propósito prioritario de mi

ministerio de estar cerca de ellos, de acogerles como padre, hermano y amigo,

de escucharles, alentarles y acompañarles en su fidelidad personal, en su

voluntad de seguir al Señor y en su tarea evangelizadora y santificadora.

4. En los inicios de mi ministerio tengo muy presentes a

nuestras familias, fundadas en los valores del Evangelio, que viven la fidelidad y

entrega mutua, la perseverancia en el vínculo del sacramento del matrimonio, la

dedicación a la educación cristiana de los hijos y los valores de la solidaridad,

que tanto están sirviendo en estos momentos a superar las dificultades

espirituales y materiales en que les sitúa la crisis económica. Tengo también

muy presentes a los educadores, a los catequistas y profesores de religión, que

sirven a la educación integral de nuestros niños y a su iniciación en la fe. Pienso

con especial afecto en los jóvenes, esperanza de la Iglesia, empeñados en su

propia formación humana y cristiana y llamados a construir la nueva civilización

del amor. A todos les invito a prepararse para participar con entusiasmo en la

Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar en Madrid en agosto de 2011.

5. Renuevo y actualizo en este día con todo el entusiasmo de

que soy capaz las actitudes de amor a Jesucristo y a su santa Iglesia con que

inicié hace cuarenta años el ministerio sacerdotal y que he procurado mantener,

con la ayuda de Dios, a lo largo de mis trece años largos de ministerio episcopal.

Soy consciente de que recibo un preciado tesoro, tallado a lo largo de los siglos

por tantos pastores insignes de esta sede hispalense y por miles de nombres que

no figuran en los anales de la historia diocesana, pero que están escritos en el

corazón de Dios. Con la ayuda del Señor, que nunca me va a faltar, espero

acrecentar el legado que se me entrega y contribuir a escribir otro tramo –Dios

quiera que lleno de frutos sobrenaturales y evangelizadores- de la historia de

nuestra Iglesia diocesana.

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6. Como os decía en la alocución de mi toma de posesión,

inicio mi ministerio con la conciencia muy viva de que no me pertenezco a mí

mismo, sino a Jesucristo y a vosotros, mi nueva familia en la fe, por la que,

como San Pablo, me gastaré y me desgastaré (cf. 2 Cor 12,15), entregando mi

tiempo, mi salud, mis capacidades y energías todas a la Nueva Evangelización, a

la pastoral de la santidad, al servicio de la comunión y de la verdad que salva, y

a la edificación de comunidades vivas, orantes y fervorosas, que viven de la

Palabra de Dios y de la Eucaristía, comunidades unidas y fraternas, que viven la

alegría de la salvación y que anuncian a Jesucristo vivo con la palabra y, sobre

todo, con el testimonio elocuente, atractivo y luminoso de su propia vida.

7. Soy consciente también de que en esta porción de la viña

del Señor que es la Iglesia diocesana de Sevilla, soy al mismo tiempo sarmiento

y humilde viñador y de que mi trabajo pastoral será imposible sin una comunión

profunda y estrecha con Jesucristo, pues sólo la unión con Él será garantía de

eficacia y de veracidad en mi ministerio. Sólo Él da fecundidad a la acción de

los evangelizadores, pues “ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios

que da el incremento” (1 Cor 3,7). Por ello, en este Año Sacerdotal, me

encomiendo a la intercesión de San Juan María Vianney, el Cura de Ars, del

patrono de los sacerdotes españoles, San Juan de Ávila, de los santos arzobispos

sevillanos Isidoro y Leandro, del Beato Marcelo Spínola y de Santa Ángela de la

Cruz, en cuya fiesta inicio mi ministerio como Arzobispo metropolitano. A

todos ellos les pido que intercedan por mí ante el Señor, para que sea el pastor

según su corazón que Él espera de mí, y para que, en esta hora en que bulle por

todas partes el desaliento y la desesperanza, sea también sembrador de

esperanza, “servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo”,

como nos pedía a los Obispos la exhortación apostólica Pastores gregis.

8. Me encomiendo, sobre todo, a la intercesión maternal de la

Virgen de los Reyes, para que Ella me acompañe y ayude a consagrarme, en una

dedicación plena, definitiva y exclusiva a la persona y a la obra de su Hijo y al

servicio de esta Iglesia particular y de todos sus hijos e hijas. Me encomiendo

también a vuestras oraciones, especialmente de las monjas contemplativas y de

los enfermos. Pedid todos al Señor, también los fieles de la querida Diócesis de

Córdoba, a la que deberé seguir sirviendo por algún tiempo, que me custodie en

su amor y que haga eficaz mi ministerio para gloria de Dios.

Sevilla, 5 de noviembre de 2009,

fiesta de Santa Ángela de la Cruz

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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